Nuestra sociedad es un monstruo que engulle a sus hijos enfermos como el mito de Saturno, y en este caso a los enfermos mentales con trastornos de conducta, prefiriendo que se autodestruyan a que tengan la oportunidad de una vida digna.
Como madre estoy luchando por mi hijo desde que este tenía seis años porque mostraba un comportamiento disfuncional, y me encuentro hoy con sus 25 años en mi peor pesadilla.
Mi hijo está enfermo, no tiene cura y nadie lo ayuda. Sólo le preparan el camino para quitarlo de la circulación, no puede sostenerse como persona, se autolesiona, puede ser violento y recibe diagnósticos médicos que lo sentencian aventurando como única salida la judicial, obviando informes que dicen que su conducta es consecuencia de su trastorno y aconsejan su ingreso en unidades terapéuticas de larga estancia (algo que le deniegan una y otra vez) donde pueda sentirse seguro, adquirir nuevos hábitos y relajarse con unas migajas de vida.
Hoy es un adulto inmaduro y peligrosamente influenciable como un niño que malvive desamparado, durmiendo allá donde puede, sin rumbo, sin meta y sin futuro, en una sociedad que ignora los derechos de quienes más lo necesitan.